La triste realidad de un profesionalismo que veo muy lejano
Han pasado tres temporadas desde la última vez que el Pontevedra CF pisó la Primera Federación. Entonces, la categoría le vino grande. Hoy, de vuelta en el mismo escenario, la sensación es idéntica. Y lo más doloroso es que, en lo esencial, no parece haberse aprendido demasiado de aquella mala experiencia.
No es un reproche ni una crítica gratuita. Es la constatación de una realidad que duele: el club, como entidad, no está preparado para competir de tú a tú en un entorno tan exigente.
No es cuestión solo de calidad, sino de cantidad
El problema no radica únicamente en la calidad —que también—, sino en la cantidad. Hay pocas manos para demasiadas tareas. No se trata de que las personas que trabajan en el club no sirvan, al contrario: la directiva y los empleados hacen lo que pueden, y solo ellos saben las horas que echan. Muchas veces más de las que cualquiera de nosotros estaría dispuesto a dar por su propia empresa. Pero no alcanza para ponerse al nivel de los demás.
Un salto demasiado alto
En Segunda RFEF el Pontevedra se mueve como pez en el agua. Allí es el rey. Pero este tercer peldaño es otra historia: es un salto muy alto. Puede salir bien, porque lo deportivo a veces tapa todo lo demás, y hay ejemplos como el Arenteiro que demuestran que es posible hacerse un hueco. Sin embargo, hoy por hoy, esta es la realidad que nos toca vivir.
El listón ha subido. En la vieja Segunda B, el Pontevedra podía codearse con la mayoría porque el nivel de exigencia era más bajo. Hoy, con solo 40 equipos en la categoría, el suelo se ha elevado y el Pontevedra está más abajo que arriba. En una liga de grupo único, todos sabemos que sería una quimera pensar incluso en estar.
Un mercado que no perdona
En el mercado no competimos. Es un hecho. Podemos lamentarnos en entrevistas y conferencias sobre un mercado inflado que no se ajusta a la realidad del fútbol, pero esa es la regla bajo la que compiten los otros 39 equipos. Y si no comes, te quitan la comida de los fuciños. Han llegado jugadores de última hora, solo faltaría, pero la sensación de ir a la cola se arrastra desde el comienzo de pretemporada. Cuando llegas al último día del mercado de fichajes siendo el club con menos jugadores en plantilla de toda la competición, es que algo ocurre.
Carencias estructurales
No hay recursos materiales suficientes. No hay instalaciones a la altura: en verano, los jugadores entrenaban muy temprano porque después no tenían gimnasio, al compartir A Xunqueira con equipos infantiles. No hay un césped decente, ni campos de hierba natural para entrenar, ni un proyecto cercano de ciudad deportiva.
En la tienda no hay camisetas a la venta —las que había ya se han vendido y venían con tara y las demás no han llegado—, no hay un punto de venta en el centro de la ciudad, ni merchandising más allá de camisetas o bufandas. Son carencias básicas para un club que está en la antesala del más alto nivel del profesionalismo y que necesita una base sólida sobre la que construir.
Lo que sí se hace bien
No todo es negativo. La base se está trabajando bien, y eso es muy positivo. Es cierto que cada verano hay rumores cuando toca renovar cuerpos técnicos y entrenadores, pero deportivamente los equipos «A» están en la máxima categoría posible. Eso pone en valor el trabajo que se hace pese a todas las limitaciones antes expuestas.
No es cuestión de culpas
Y repito, esto no tiene por qué ser culpa de nadie. Cada uno llega hasta donde puede y los recursos son los que son. Pero aquí y ahora, la situación es la que es.
La liga es larga y, a pesar de contar con un cuerpo técnico más reducido que algunos equipos de Segunda RFEF, el Pontevedra puede dar guerra y asegurar la permanencia. ¿Por qué no? Pero todo lo demás seguirá ahí, pendiente de resolver.